Serie: Escritores en La Habana – Capítulo VIII
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¡Saludos, apasionados del arte y la historia!
Hoy les damos la bienvenida a una nueva entrega de nuestra serie “Escritores en La Habana”, dedicada a una de las voces más singulares, profundas y elegantes de la literatura hispanoamericana: “Dulce María Loynaz”, “la catedral del silencio”.
Visitamos el jardín del Centro Cultural que lleva su nombre, en el Vedado habanero, para detenernos frente a una escultura que no solo honra su memoria, sino que fue esculpida como gesto de amor y gratitud en vida. Desde allí, iniciaremos un viaje por su obra, su legado, su mundo interior —y la sensibilidad que aún emana de su antigua casa.

La escultura de La Habana
Un busto sin encargo… o con autoría disputada
En el jardín frontal del Centro Cultural “Dulce María Loynaz”, en La Habana, se alza un busto en bronce de la escritora, la única cubana galardonada con el “Premio Miguel de Cervantes”.
Durante años, esta escultura ha sido considerada por diversos testimonios como un homenaje espontáneo, no oficial, realizado en vida por estudiantes del Instituto Superior de Arte (ISA). Según esa versión, la obra habría sido creada por una joven escultora como gesto de gratitud, sin encargo estatal ni ceremonia institucional. Fue colocada en el exterior de la casa, entre columnas, helechos y memorias, en el mismo lugar que Dulce María habitó con reserva, dignidad y silencio durante décadas.
Sin embargo, esta visión entra en contradicción con el currículum oficial del escultor Carlos Enrique Prado Herrera, quien incluye entre sus obras públicas un “busto de la poetisa cubana Dulce María Loynaz” fechado en 2004 y ubicado en este mismo Centro Cultural. A la fecha, ni el artista ni la institución han ofrecido respuesta oficial a las solicitudes de confirmación.
La autoría exacta de la pieza permanece, por tanto, sin documentación concluyente. Esta ambigüedad, lejos de restarle valor, le otorga una dimensión especial: ya sea un gesto estudiantil o una obra de artista consagrado, el busto se sostiene como símbolo de gratitud, memoria viva y profunda cubanía.
Ficha técnica de la obra:
Título: Busto de Dulce María Loynaz
Ubicación: Jardín del Centro Cultural Dulce María Loynaz, Vedado, La Habana
Autoría: Estudiantes del Instituto Superior de Arte (ISA)Material: “Bronce”
Estilo: “Realismo sobrio”
Fecha estimada: Antes de 1997 (en vida de la autora)
La obra representa a Dulce María con serenidad. El rostro está modelado con suavidad: labios cerrados, mirada al frente, cabello peinado hacia atrás. El busto sugiere introspección más que autoridad. El pedestal no impone, sino que acompaña. Es una escultura que no busca imponerse al espectador, sino invitarlo al recogimiento.
La otra escultura
Desde La Habana hasta Tenerife
Una segunda escultura dedicada a “Dulce María Loynaz” se encuentra en el Parque Taoro de Santa Cruz de Tenerife, Islas Canarias.
Esta obra —realizada por el escultor cubano Carlos Enrique Prado Herrera, destacado representante de la “diáspora artística cubana”— será abordada en una próxima entrega de esta serie.






La escritora representada: Dulce María Loynaz
Poeta, novelista, patriota y mística de la palabra
Nacida en La Habana el 10 de diciembre de 1902, Dulce María Loynaz del Castillo fue hija del General Enrique Loynaz del Castillo, figura destacada de las guerras independentistas cubanas. Su padre fue autor de la letra del “Himno Invasor”, edecán de Antonio Maceo, amigo y auxiliar de José Martí, y protagonista de episodios clave como el atentado en Costa Rica y la Batalla de Mal Tiempo. El ideal de independencia y la dignidad del pensamiento libre marcaron para siempre el universo ético de su hija mayor.
Dulce María creció junto a sus hermanos Enrique, Carlos Manuel y Flor Loynaz en una gran casa de Línea y 14, en el Vedado habanero. Allí fue educada por institutrices y maestros particulares, escribió sus primeros versos, y se graduó como Doctora en Derecho Civil por la Universidad de La Habana. En esa misma residencia se celebraron memorables tertulias literarias, y por sus salones pasaron figuras como Gabriela Mistral, Federico García Lorca y Juan Ramón Jiménez.
En 1946, la escritora se trasladó a otra residencia en 19 y E, también en el Vedado, donde vivió el resto de su vida. Ese nuevo hogar, más sobrio y recogido, fue el refugio donde escribió en silencio, resistió con dignidad y cultivó su legendaria intimidad espiritual. Con los años, se transformó en el actual Centro Cultural Dulce María Loynaz, aún cargado de ecos, objetos y memorias.
Hoy, la casa original de Línea y 14 aún se mantiene en pie, aunque en estado ruinoso. El documental “Últimos días de una casa” (2015), dirigido por Lourdes de los Santos, recoge el deterioro de esta joya arquitectónica y su valor como patrimonio literario inmaterial, con testimonios de figuras como Eusebio Leal, Alejo Carpentier y la propia Loynaz.
Esa casa fue más que un espacio: fue un jardín interior donde florecieron la palabra y la identidad.
Dos casas. Dos mundos. Una misma poeta que sembró en ambos el alma de la poesía cubana.
Y fue precisamente en la casa de Línea y 14 donde transcurre, en clave simbólica y espiritual, su novela más íntima: Jardín.
Fue una de las grandes herederas del “modernismo hispánico” y de la poesía íntima de raíz espiritual.
Su voz fue única: elegante, existencial, melancólica. Defendió la belleza como forma de “resistencia silenciosa”.
Se relacionó con Gabriela Mistral, Juan Ramón Jiménez, y acogió a “Federico García Lorca” durante su visita a Cuba.
Tras el triunfo de la Revolución Cubana en 1959, se retiró de la vida pública, pero nunca abandonó la isla.
En 1992, a los 89 años, recibió el “Premio Cervantes”, y su nombre fue redescubierto como una joya viva de la literatura hispanoamericana.
Obras principales de Dulce María Loynaz – Abiertas y comentadas
Versos (1938)
Su primer libro. Lírico, delicado, ya muestra la esencia de su lenguaje.
Temas: “amor”, “espera”, “espiritualidad”.
Juegos de agua (1947)
Prosa poética con el agua como símbolo. Poemas atmosféricos y sensoriales.
Jardín (1951) – novela poética
Una mujer se encierra en un jardín para vivir a su manera.
Una alegoría de libertad interior y pureza.
Una joya de la “narrativa lírica” cubana.
Poemas sin nombre (1953)
Versos de madurez. Profundos, filosóficos, sin ornamentos.
Este libro fue clave en la decisión del jurado del “Premio Cervantes” en 1992, que la reconoció como “una conciencia estética y moral de altísima calidad, fiel a la tradición lírica hispánica y profundamente contemporánea en su sobriedad y profundidad”.
Últimos días de una casa (1958)
Un poema en prosa narrado por una casa que será demolida.
Metáfora del paso del tiempo, la memoria y la destrucción de los valores.
Fe de vida (1994)
Memorias íntimas y reflexiones personales.
Un libro-testamento de su visión del mundo.
Obras póstumas
Bestiarium: Poemas breves sobre animales como símbolos.
Poemas náufragos: Versos rescatados de cuadernos inéditos.
Obra literaria completa de Dulce María Loynaz
Inventario ampliado de títulos publicados en vida y tras su fallecimiento
Además de las obras comentadas en este capítulo, la producción literaria de “Dulce María Loynaz” abarca un universo vasto y profundo de libros de poesía, prosa lírica, memorias, epistolarios y ensayos.
Aquí reunimos —como parte del legado documental de esta autora imprescindible— una selección cronológica ampliada de sus publicaciones, muchas de ellas rescatadas o editadas después de su muerte.
Obra literaria completa de Dulce María Loynaz
(Selección ampliada de títulos publicados en vida y póstumamente)
Poesía:
Versos (1938)
Canto a la mujer estéril (1938)
Juegos de agua (1947)
Poemas sin nombre (1953)
Bestiarium (1991)
Poemas náufragos (1991)
Finas redes (1993)
La novia de Lázaro (1993)
Poesía completa (1993)
Melancolía de otoño (1997)
La voz del silencio (2000)
El áspero sendero (2001)
Narrativa y prosa lírica:
Jardín (1951) – Novela poética
Últimos días de una casa (1958) – Poema en prosa
Carta de amor al Rey Tut-Ank-Amen (1953)
Un verano en Tenerife (1958) – Crónica de viaje
Yo fui (feliz) en Cuba (1993) – Crónicas
Ensayos, epistolarios y memorias:
Fe de vida (1994)
Cartas a Julio Orlando (1994)
Confesiones de Dulce María Loynaz (1994)
Un encuentro con Dulce María Loynaz (1994)
Alas en la sombra (1995)
Cartas que no se extraviaron (1997)
Cartas de Egipto (2000)
La palabra en el aire (2000)
La casa y su tesoro patrimonial
Un refugio de mármol, silencio y arte, su antigua casa, ubicada en la intersección de 19 y E, en El Vedado, es un espacio vivo de memoria. Allí se conservan:
Más de “300 abanicos” inventariados por ella misma
Obras de arte de Portocarrero, Peláez, Servando, Víctor Manuel
Su “biblioteca personal” con primeras ediciones y libros dedicados
Vajillas, cerámicas, tapices, muebles y espejos de gran valor
Una arquitectura republicana con mármol, columnas, vitrales y escaleras de ensueño
El alma de Dulce María aún se siente en los objetos que cuidó, en los espacios que habitó en silencio.
Una visita imaginada a su casa
Al cruzar la verja del jardín, el aire cambia. Todo parece detenido y alerta.
El busto en bronce observa sin juicio.
Dentro, los abanicos duermen sobre repisas. Los libros respiran en las estanterías.
Una estatua sin cabeza en el patio parece meditar en piedra.
Y en cada rincón… su silencio vivo.
¿En qué se convirtió la casa de Dulce María Loynaz?
Del silencio interior a la palabra compartida
La antigua residencia de Dulce María Loynaz, ubicada en la intersección de 19 y E, en El Vedado, fue convertida en Centro Cultural el 5 de febrero de 2005, por iniciativa del Instituto Cubano del Libro.
Donde antes hubo silencio y contemplación, hoy se promueve el diálogo, la lectura y la creación. El alma de la escritora se proyecta ahora en forma de tertulias, libros, encuentros y pensamiento vivo.
Misión cultural del centro:
Preservar y difundir el legado de Dulce María Loynaz, única escritora cubana galardonada con el “Premio Cervantes”.
Fomentar la creación, promoción y lectura de la literatura cubana contemporánea.
Servir como espacio de encuentro cultural entre escritores, lectores, investigadores y jóvenes creadores.
Actividades y espacios destacados:
Tertulias en el jardín, con autores cubanos e internacionales.
Espacios temáticos como:
“Aire de luz”, dedicado a la poesía
“Café Naranjo”, para voces jóvenes
“Contar la historia”, con Ciro Bianchi
“Letra digital”, para publicaciones en línea
Presentaciones de libros y revistas, homenajes, paneles, cursos y campañas de lectura
Convocatorias a premios como el Premio Nacional de Literatura, Premio Anual de la Crítica, entre otros
Biblioteca y sala de lectura, con referencias físicas y digitales, y servicio de navegación
Centro de Información sobre la Literatura Cubana Actual, inaugurado en 2013, que recopila la producción literaria del siglo XXI.
El centro también alberga la revista La Letra del Escriba y ha sido sede de la Academia Cubana de la Lengua, institución que ella misma presidió.
Hoy, la casa de Dulce María Loynaz es un faro de la cultura cubana, donde la literatura se encuentra con la memoria, el futuro y la voz compartida.
Una voz mayor entre otras voces necesarias
Aun cuando Dulce María Loynaz ha sido reconocida como una de las grandes voces de la literatura hispanoamericana —Premio Cervantes, figura de culto, símbolo de la poesía interior—, sería injusto pensar que su singularidad la coloca por encima de todos.
Ella misma lo hubiera rechazado.
En la historia de la poesía cubana hay otras mujeres luminosas, olvidadas, silenciadas o aún por descubrir, cuyas obras también estremecen por su belleza y su profundidad.
La anticipan nombres como:
Gertrudis Gómez de Avellaneda (1814–1873) – pionera del romanticismo en lengua española
Luisa Pérez de Zambrana (1837–1922) – voz elegíaca y serena
Mercedes Matamoros (1858–1906) – lírica apasionada y trágica
Nieves Xenes (1859–1915) – poeta de la intimidad y la soledad
Juana Borrero (1877–1896) – adolescente prodigiosa, artista completa
Fina García Marruz (1923–2022) – autora de Visitaciones, considerada la otra gran voz femenina del siglo XX cubano
Y junto a ellas, desde distintas generaciones y sensibilidades, vibran también Heredia, Martí, Casal, Lezama, Guillén, Piñera, y muchos otros que definieron lo que hoy entendemos por “cubanía” lírica:
esa manera única de mirar el mundo desde una isla y de convertirlo en palabra.
Porque si algo unifica a todos ellos —y a Dulce María en el centro—, es eso que la propia Loynaz definió así:
“Un poeta es alguien que ve más allá en el mundo circundante
y más adentro en el mundo interior.
Pero además debe unir a esas dos condiciones una tercera más difícil:
hacer ver lo que ve.”
Ella lo hizo. Pero no estuvo sola.
Reconocimientos finales y justicia poética
Aunque pasó más de dos décadas en el silencio interior del Vedado, Dulce María Loynaz no fue olvidada del todo.
Poco a poco, y gracias a la lucidez de algunas figuras culturales, su voz fue recuperando su lugar.
En 1981, recibió la Distinción por la Cultura Nacional.
En 1983, la Medalla Alejo Carpentier.
En 1987, el Premio Nacional de Literatura y la Orden Félix Varela de Primer Grado, la más alta condecoración cultural otorgada por el Estado cubano.
En esos años, reapareció públicamente para participar en homenajes, como el organizado por la UNEAC en memoria de su amigo Federico García Lorca.
En 1991, fue reconocida con el Premio de Periodismo Isabel la Católica por sus artículos sobre la reina en el diario ABC de España, bajo el título El último rosario de una reina.
Y el 23 de abril de 1993, en el Paraninfo de la Universidad de Alcalá de Henares, recibió de manos del Rey Juan Carlos I el Premio Miguel de Cervantes, el mayor honor de las letras hispánicas.
Ese día, también se le confirieron la Orden de Isabel la Católica y el Premio Federico García Lorca, como cierre simbólico de su reencuentro con el mundo literario que la había admirado en su juventud.
Fue su coronación silenciosa.
Y también su justicia poética.
🕊️ Reflexión contemporánea
¿Silencio o resistencia?
“Dulce María Loynaz” no gritó. No marchó. No pidió tribunas.
Y sin embargo, resistió con su obra, su dignidad, su negativa a renunciar a la belleza.
En una época de consignas, ella eligió el alma.
Por eso su voz, lejos de extinguirse, resuena más fuerte que nunca.
Su poesía no fue herramienta. Fue espejo.
Fue altar.
Fue isla dentro de otra isla.
✨ Invitación final – Ar’KarStudios
Hoy, frente a su busto, te invitamos a hacer algo poco común:
detente.
Escucha.
Respira.
Lee.
Y si alguna vez te sientes solo, recuerda este verso de Dulce María:
“No es morir lo que me duele,
es no saber si estoy viva.”
Vivir… es no perderse de sí mismo.
Vivir… es ser fiel al alma, como ella lo fue.
